La pavorosa
noche de las fiebres
saqueó sus
energías,
desterró
el desamparo sumergido
entre las
redes rotas,
ensombreció
los párpados…
y apenas
tiene fuerzas para el mate
y la
tregua…
y el fuego…
y el rito
maloliente del cigarro.
Desgajada de
sol,
al mediodía,
es la
sangre un temblor,
sed arañada
abriendo
ávidas grietas en los labios,
un anillo
de insomnios encendidos,
vértigo de
sudores embozados,
memoria de
agua ciega,
sin orillas,
jirones de
relámpagos.
Envuelto en
la raíz de la paciencia,
mira pasar
el río,
amotinado,
azuzado
por látigos de viento
que
desbordan los límites del cauce
y lo
llevan,
colérico y
mugriento,
a morir de
abandono sobre el légamo.
Como sobreviviente
de un naufragio.
Mira pasar
la vida
desde el hombre,
desde una
soledad sin concesiones,
desde el
silencio huraño
y aguarda
bajo el cielo
indiferente,
bajo el
eco profundo,
derramado,
que
regrese la furia,
la osadía,
la
voluntad de andar peleando instantes,
cada mata
de hierba,
cada escama,
cada
tibieza de cocido amargo,
mientras
devora el tiempo,
en los
recodos,
su porción
de homicidios cotidianos.
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